Al frotar aquel jarrón viejo apareció de la nada un genio que
quería concederme dos deseos. El genio era muy simpático y amable. Al principio
no sabía que pedir pero al cabo de un rato me decidí por dos cosas. La primera
era que todo el mundo fuera feliz y nadie se sintiera excluido o triste y la
segunda fue que acabara la pobreza en el mundo y nadie muriera de hambre o sed.
Al genio le parecieron unos deseos magníficos
ya que él esperaba que, como una niña cualquiera, pidiera caprichos y
nada más. El genio me los concedió con mucha alegría y al momento se despidió
de mí y dijo que no sería la última vez que nos veríamos.
Cuando pasaron unos
años y yo ya no me acordaba de ese viejo jarrón, volví a frotarlo. Entonces,
cuando el genio apareció, lo recordé y él me dijo que habían pasado muchos años
desde aquel día que pedí esas cosas tan
maravillosas y que podía pedir otros dos deseos. Yo ya estaba decidida por uno:
el deseo era que el genio fuera libre y no tuviera que estar todos los días de
su vida dentro de ese jarrón esperando a que alguien lo sacara. Él me concedió
el deseo encantado y vivió libre y
contento a partir de ese día.
Bonita historia Lucía.
ResponderEliminarSiempre es necesario pensar en los demás!! Ojalá se pudiera acabar con el hambre y las guerras tan fácilmente como en tu relato.
ResponderEliminarmuy bien
ResponderEliminaránimo, pero pon mas entradas